Memorias Bífidas

martes, septiembre 30, 2008

Más que mono con navaja

Y así es que me enfrento, una vez más, ante parcialidades tiranas. Aunque miro de reojo, nadie esboza represalias; está en mí la decisión. Borro, y escribo, borro. Borro. Con la liviandad del que en su mano nada empuña, más que esquivas anotaciones. Ya veo, no por vez primera, cuán fácil es no poder vislumbrar esos resquicios cristalinos que tantas veces prometieron; esas coyunturas adamantinas que imaginan tantas plumas alguna vez ser capaces de trazar y combinar, armoniosamente, los vocablos perfectos para la ocasión.

Es tan difícil como no saber que no podré lograrlo, una vez más.

Casi puedo ver la lucha entre ellas; las palabras. Blandiendo sus más fuertes letras; atacando a aquellas más débiles. Casi puedo oír una batalla entre imperativos e infinitivos. El primero, con prepotencia y agresividad, intenta imponerse. Pero la pureza del más prístino se bate a duelo con coraje. En la penumbra y sin compadres, yace el tan vilipendiado gerundio. Nadie pide de su ayuda y nadie le tiende una mano a sus gritos de socorro cuando se ve acorralado por ajenas estructuras y perífrasis extrañas. Nunca en andas se lo vio; pero sabe que algún día, su tiempo llegará.



Me despido del oscuro personaje y mi sonrisa se refleja en la pantalla hasta que recuerdo que la “T” no es un hacha y que la “Ñ” no es un señor con peluquín. Vuelvo a escribir y una sombra intenta decirme que ésa es la buena, aunque sé que no. Aún no hay nadie a mí alrededor. No miran. Puedo hacerlo una vez más.
Después de todo, sólo soy un traductor.*




* Cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia.

domingo, junio 01, 2008

La comida más importante del día

Como tantas otras mañanas, llegaba tarde. No habría tiempo para el tan aclamado desayuno americano ni para un apropiado lavaje facial. Todo eso tendría que esperar hasta luego de marcar entrada en el parque. Es que en cuestión minutos pasaría el autobús y si remoloneaba más de la cuenta lo perdería; recién media hora después arribaba el próximo que se dirigía a Magic Kingdom y los cálculos no daban para llegar puntualmente a trabajar.
Con mucho esfuerzo y no demasiado entusiasmo, se vistió e intentó disfrazar su cara de dormido con agua fría, consciente de la inutilidad de tal acción. Por una de las ventanas pudo ver llegar al colectivo y a algunos chicos yendo hacia él. En el apuro, no tuvo tiempo de buscar restos de comida en la cocina o algún cuscurro, cosa de no salir con el estómago vacío.
Una vez dentro del autobús, revisó su horario y posición en el parque para ese día; el papel indicaba que hoy cumpliría su turno en Liberty Square. Si no había cambios, no tendría que buscar otro uniforme. Ya tenía la vestimenta de “colono”: camisa blanca, chaleco azul, pantalón a tono hasta las rodillas, medias largas y zapatos negros.
Cualquiera ajeno al reino mágico de Disney sin duda puede considerar ridículo éste y el resto de los atuendos que deben vestir diariamente los empleados (o “miembros del reparto”, como los llaman) de los diferentes complejos de la compañía reconocida por el afamado roedor. Lo que quizá no se entiende, es que estos disfraces contribuyen con la “magia” del lugar. Ningún detalle está librado al azar: la vestimenta de los empleados, la música, la ambientación, la limpieza. La totalidad de estos factores le da un carácter conspicuo a cada resquicio de las instalaciones.

Y ya llegando a Magic Kingdom, el parque donde trabajaba, Nicolás guardó los papeles y se apuró a bajar del colectivo para tomar el otro que lo llevaba a la entrada de los túneles.
Como tantas otras mañanas, corrió por esos túneles con los segundos contados. Pasó delante de príncipes azules de dudosa masculinidad, de patos Donald acéfalos, de pequeñas filipinas casi listas para convertirse en Minnies. No era un escenario novedoso para él, era el sistema de túneles que siempre debía atravesar para evitar pasar por áreas del parque donde su uniforme rompería la magia y le valdría reprimendas aledañas al despido. En el camino a la central de carritos de pochoclo, helados y bebidas, también se cruzó con otros empleados estadounidenses, quienes, con una contextura no exactamente macilenta, lo observaron atónitos correr tan ágilmente contra el reloj.
Llegó un minuto antes de que se cumpliera el inicio de su horario, justo para firmar entrada en la computadora. Disimuladamente, entró al baño y se alineó lo mejor que pudo, aún agitado por la carrera. Mientras escuchaba a su estómago quejarse, pensó que quizá le traería problemas su incipiente barba de dos días. Era otro de los aspectos inadmisibles. Por suerte, al parecer nadie lo había notado, todavía.

Como otras tantas mañanas, inició las faenas para preparar el dolly que llevaría al carrito. Tendría que cargar las provisiones de maíz pisingallo, la sal, el asqueroso aceite, las cajitas de cartón, los baldes de plástico, la toballa. Las bebidas ya estarían allí, en el lugar donde se encontraba el carrito. No olvidó tomar y contar el dinero para la caja ni llevar una lectora de tarjetas de crédito cargada. Todos estos pasos habían sido exhaustivamente repasados en los cursos propedéuticos para esta posición: Outdoor Food & Beverages. También en estos cursos se les había enseñado, a él y a sus compañeros, la importancia de la higiene, la sonrisa constante y la amabilidad; entre muchas de las prohibiciones que se hablaron durante los cursos se podría destacar en esta ocasión la de los alimentos que vendía cada empleado: comerlos era considerado robo a la empresa y motivo inapelable de despido. Por supuesto que si Nicolás hubiera cumplido estas normas a rajatabla habría contradicho a su propia idiosincrasia y condición de argentino. Y a su estómago.
Ya en el lugar de trabajo, y solo, comenzó a preparar el primer lote de pochoclos salados. Sus sentidos rebosantes empezaban a saborear el desayuno. El parque recién abría sus puertas y por lo tanto el tráfico de hordas turísticas ávidas de entretenimiento y comida aún no era muy pronunciado. El escenario se prestaba para la ocasión. Lejos de sólo probar un par de piezas, el colono se dispuso a saciar el apetito matutino sin rescoldo alguno frente a los madrugadores transeúntes.
De vez en cuando se aproximaba gente a comprar un balde de pochoclos o alguna bebida; pero él casi no se molestaba en esconder que estaba comiendo y al mostrar su amplia sonrisa de amable pochoclero estuvo seguro de que pudieron vislumbrar restos de su desayuno.
La mañana transcurrió sin sobresaltos; era un día relativamente tranquilo y, de no haber ocurrido lo que ocurrió un par de días después, habría quedado en el olvido.


Sin alegar exactitudes, se podría decir que pasaron un par de días después de aquella mañana. Esta vez su turno tuvo lugar durante la tarde; sería difícil recordar en que área del parque trabajó en esa oportunidad. Carece de importancia.
Ya de vuelta en la base y a punto de retirarse a casa para descansar, Nicolás sintió que lo llamaban de la oficina de los gerentes. De ninguna manera estableció una conexión entre aquél desayuno ilícito y esta convocatoria. Después de todo, no era la única que vez que lo había hecho y había formado parte de tantos otros y más oscuros contubernios que su temor no supo bien a qué podía deberse esta llamada.

- Hemos recibido una notificación de un turista, –le dijo Amy, una de las gerentes más frígidas de todas, pero no la única– te vio comiendo pochoclos mientras trabajabas.

- ¿A mí, comiendo? ¡Imposible! Si no podemos comer, eso nos dijeron en el entrenamiento –adujo Nicolás, actuando sorprendido y a la vez ofuscado– a lo sumo puedo haber comido una o dos piezas, para probar cómo habían salido, como también nos instruyeron.

- Eso no es lo que dijo el turista. Vas a tener que declarar por escrito tu versión de los hechos. –dijo tajantemente Amy, esbozando una sonrisa maliciosa.

- ¿Un turista dijo eso? ¿E hizo una declaración?

- Sí… eh, un turista, sí. Pasa a esta oficina y siéntate a escribirla, luego me la tienes que dar a mí.

- Hmm, bueno, está bien.

Un poco confundido, Nicolás pasó a la pequeña oficina cuyas paredes estaban decoradas con las lectoras de tarjeta de crédito. Le costaba entender bien qué estaba sucediendo hasta que recordó lo que le habían contado algunos días atrás. Disney se aseguraba de que sus normas se cumplieran y para ello tenía gente encubierta con la función de vigilar al resto de los empleados. Lo que había hecho, a pesar de infringir las normas laborales del lugar, no dejaba de ser un baladí que en muchos otros países no habría ameritado más que un pequeño llamado de atención. Aquí, en el reino mágico de la tolerancia cero bastaba para que Pluto y su amigo el burro tristón te dieran un puntapié de lleno hacia la anulación de la visa y el posterior avión a casa. Sin atenuantes. Y Nicolás sabía que esto pasaba con frecuencia. Sabía de gente que no había visto el final del espectáculo de fuegos artificiales. Por eso fue lo suficientemente rápido como para actuar sorprendido y negar la acusación.
Tupido de lo que sucedía, supo que era necesario seguir con esa fachada para salvar su pellejo y se dispuso a escribir una declaración que respaldara su primera reacción. Apeló a todos los mecanismos falaces que recordaba e intentó decorarlos de la mejor manera posible. Cuando terminó con la redacción y revisión de su declaración, buscó a la gerente y le entregó el documento sin comentarios adicionales.

Como tantas otras mañanas, se levantó de la cama y recordó aquella vez en la que casi lo expulsan de Estados Unidos por comer unos pochoclos. Pensó que fue divertido y que lo haría otra vez. Pensó que fue divertido y rió.

lunes, octubre 22, 2007

The Prey

domingo, junio 10, 2007

Satori

Sabe que está solo al sentir el frío bajo sus pies correr, pero no lo preocupa. Quizá su condición lo ayude a descubrir aquello que tanta gente nunca podrá descubrir y es por eso que la calma no logra perturbarlo. Sin embargo, no puede evitar anhelar por ciertos momentos ser parte de esa otra realidad ajena a él, esa realidad que inunda su alrededor pero no logra tocarlo. Es que esa realidad parece tan placentera y tan cómoda, que se cuestiona si formar parte de ella no sería lo ideal para que su sonrisa no escape a las demás miradas y para que no importe que esas miradas sean verdaderas o no. Pero ese anhelo no es tan fuerte como para aplacar la angustia que le genera tal disyuntiva. Y aunque la calma no logre perturbarlo, el temor de que esta calma se prolongue indefinidamente sí consigue despertar cierta inquietud en la superficie de sus ojos. No es problema, nadie lo mira a los ojos últimamente, es por eso que nadie notará su inquietud. Se desliza entre la gente intentando adivinar en sus caras la misma inquietud que la suya tan absurdamente refleja. No tiene sentido. ¿Es acaso él, el único que entiende lo que está sucediendo?, ¿O tampoco es capaz él de distinguir esa inquietud en los demás? No importa. Nadie lo entendería. Ni él cree poder entenderlo.
Intenta recordar si tenía que encontrarse con alguien. Difícilmente.

jueves, abril 05, 2007

Un esbozo

Con cierta timidez mis manos se acercan a vos, buscando ese sentimiento que tanto se suele prometer en estas situaciones. No llegan a tocarte aún, es que los miedos a la expresión que ese contacto provocaría evocan antiguas inseguridades tan presentes ahora como en esa oscuridad de la que surgieron por primera vez. Te miro, nuevamente. Pareces igual a tantas otras, pero a la vez prometes ser tan distinta. Tu estructura desplega esa perfección que pocos podrían haber diseñado pero que muchos intentan honrar, en el tiempo, en el aire. Respiras y todo se convierte en melodía y armonía, en brisa que acaricia las inspiraciones. Muchos lo han intentado, ese acercamiento que ha terminado en abandono y desarraigo. Los maltratos que recibes, sin embargo, no logran opacar esa belleza que vuela alrededor tuyo cada vez que hacés sentirte y que de alguna manera también sentís.
Comencé a conocerte, de a poco, y me gustás. Emociones me provocan acercarme cada vez más a vos, pasar más tiempo a tu lado. Pero de a poco todo se diluye y a pesar de que me ayudás mucho a conocerme, a expresarme, un poco me alejo, no sé bien por qué.Me duele y a vos también , no podés hacer nada , solo mirarme con recelo reclamandome más atención. Me acerco y te vuelvo a tocar, esta vez más inseguro que aquella primera vez. He descubierto, que mis caricias no son tan suaves para vos como yo lo había soñado, y me duele un poco tu dolor. Será incapacidad de expresión o quizá no merecimiento de tal sentimiento que intentaste compartirme. No logro conectar tus sensibles extremidades con mis toscas manos, que en vano dibujan pobres bosquejos de corazones en tu marfil amarillento, descuidado. Y lloras ese desencuentro que tanto habías anhelado no ocurriera, cuando por primera vez nos conocimos. Vuelvo mi espalda y evito tu rostro que se opaca poco a poco bajo la tristeza de una tarde que es como todas las que te dejo en soledad. No es que no lo intenté, ya que vos bien sabés que lo hice, pero es inútil evadir simples verdades. No te merezco, no soy digno de tu inexplicable belleza detrás de tanta melancolía y murallas de roble tan fuertes como tus cabellos. Esos cabellos dorados que alguna vez cuidé y con tanta dedicación quise hacer míos, claros. Ahora escondidos, esperan con pocas esperanzas recibir aquél trato que les dí, una vez más.
No quiero dejarte sola, desolada. Podés quedarte aquí conmigo, prometo estar cerca de vez en cuando, es verdad que a veces necesito sentarme a tu lado y escucharte hablar y cantar.No es egoísmo, solo creo que estarías mejor aquí, conmigo.Cerca y lejos.
Quizás, alguna vez, intente dibujar bosquejos de corazones en tu marfil amarillento y los trazos concluyan en algo más que una triste y desgarrada melodía.

domingo, diciembre 10, 2006

La Bolsita de Belleza Americana

miércoles, noviembre 29, 2006

Dame un Abrazo que Disney es todos los días


Hoy es 29 de noviembre y todo esto que tanto esperé está más cerca que nunca.Más cerca que nunca porque es hoy, es hoy el día en que partiré hacia aquél lugar del norte del cual creo saber lo suficiente pero tan ingenuamente me equivoco. Luego de los interminables papeleos que han ocupado mi vida en los últimos cinco meses parece que simplemente resta subir a ese avión y de ahí, volar. Aunque creo imaginar como será ese volar , ese vivir , ese conocer , vuelvo a estar equivocado. Y no es que las cosas que yo quisiera que pasen no pasarán, es que la magnitud de esta experiencia será tan superior a lo que yo puedo concebir que si alguien me contara ahora como va a ser mi viaje difícilmente se lo creería.
Pero por supuesto que esto yo no lo sé y solo me limito a esperar con ansiedad la llegada de mi pasaporte que se encuentra en manos ajenas e intento ocultar mi corte de pelo casero para ahorrar una eventual reincidencia en tierras verdes, billetes verdes. Junto a mi compañero de aventuras, escudriñamos con recelo a nuestros futuros colegas que poco a poco arriban al aeropuerto con sus respectivos familiares. Nos sentimos foráneos, diferentes. Es que somos del interior y nuestra capacidad adquisitiva dista de las suyas. Los prejuicios serán moneda corriente en nuestros comentarios y a medida que vamos hablando con algunos de estos chicos varios de estos prejuicios se confirman pero otros nos demuestran equivocados. No sabemos que mucha de esta se gente se volverá parte de nuestras vidas en los próximos tres meses. Primero quizá por circunstancias, pero después por elección.
Mientras me entregan una remera roja que ya antes de ponérmela sé que me va a quedar chica, observo que ya la mayoría ha llegado y viste la misma remera que parece aunarnos en una especie de viaje de egresados hacia un Bariloche tropical. Ahora solo nos une un color, pero no pasará mucho tiempo para que todos esos individuos de diferentes lugares y edades formen una comunidad. No una comunidad per se, porque no todos viviremos en armonía y compartiendo y reuniéndonos y ni siquiera en el mismo lugar geográfico. Hablo de una comunidad tan transparente como tangible. Cruzarse y abrazarse y llorar juntos porque se extraña algo o porque falta alguien. Darse una mano con cosas del trabajo. Prestarse comida, dormirse en cualquier sillón , en cualquier casa , porque todas son tu casa.
También sé y pienso-mientras me saco la remera porque sí, me queda chica-que va a ser imposible hacerme amigo de toda esta gente rojiza , ni siquiera podré acordarme de los nombres de todos. Pero sí saludarlos , sí gritar: ¡Argentina!, cuando los veo. Sí desear un Feliz Navidad cuando son las 12 en nuestro país. Aún al pasar un año podré (aunque todavía no lo sé) recordar todas esas caras que formarán parte de mi travesía, y estaré agradecido hasta con aquél que me cruzé en las góndolas de Wal-Mart solo una vez y me recomendó unos chocolates.
Porque serán esas cosas finalmente, las que hilarán el telar de esos recuerdos tan maravillosos que están por ser grabados. No será un Mickey o un Donald lo que me erize el pescuezo al verlos en una juguetería local. No serán las canciones de Disney las que me arranquen un puchero cuando suenen en la televisión mientras mi hermanita disfruta dibujitos. No será un castillo artificial. No será un llavero. No será un peluche fabricado por niños filipinos. Perdón. Sí , serán todas esas cosas las que me van a hacer doler, extrañar,añorar. Pero no por lo que ellas representan por sí mismas. No porque Mickey es re dulce y siempre me gustó , no porque Wishes me cumple los deseos , sino porque todo eso me ayudará a recordar todo lo que viviré. Todo lo que estoy a punto de experimentar y es mucho más fuerte que cualquier montaña rusa.
Solo que sigo sin saberlo, y me despido de mi mamá ahora. Quizá intuyo que se vienen los mejores tres meses de mi corta vida porque me sorprendo a mí mismo esbozando unas lágrimas que al principio intento retener pero que luego dejo salir y es lindo hacerlo. Miro a mi alrededor y veo que no soy el único , quizá todos lo sabemos y nos hace bien.
Me hará bien aprender a extrañar o a no hacerlo, a sentir esa necesidad de estar siempre acompañado, de charlar hasta altas horas, de caminar solo por entre arbustos y extrañas criaturas solo para encontrarme con un sol que traerá un pavo real regodeándose por todo el complejo. Viviré en una casa de árbol que no es casa de árbol y donde el verde estará en la suciedad y en lagartijas intrusas que asustarán a más de uno. No habrá horarios fijos , ni días de descanso. Será un sinfín de estrafalarios uniformes y aceite de pororó y vinagre y puajj , pero luego lo extrañaré.
Y no será idealizar lo que ya pasó , no será exagerar las cosas para creerse uno que fue mejor de lo que fue. Habrá cosas un poco feas, un poco que hagan mal. Pero serán esas cosas las cosas piolas al final , las cosas que me harán crecer un poquito como ser independiente. Lo que más dolerá , va a ser esa nostalgia, esa impotencia de saber que aunque luego de volver podré viajar otra vez y mil veces pero que nunca será lo mismo. Ni aunque toda esta gente que todavía no conozco se pusiera de acuerdo para viajar todos nuevamente al mismo lugar , al mismo tiempo , no será lo mismo. Eso quizá va a ser lo que más me va apretujar el alma cuando pasado un año del viaje que recién está empezando, me dé cuenta que no va a volver a suceder. Es triste. Pero también es lindo , y es lindo pensar que a un año de este viaje que recién se encuentra en Atlanta yo podré sentarme a escribir algo para aliviar mi alma estrujada por la melancolía y ese algo que pudiera yo llegar a escribir será leído por el resto de las personas que me acompañan en el avión y cuyas almas estarán tan estrujadas como la mía. Y las abrazo.

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